domingo, 10 de febrero de 2008

"CONCEPTOS FUNDAMENTALES DE LA SEMANA SANTA" I

EL ACÓLITO

Acólito viene etimológicamente del griego ακόλουθος que significa acompañar. Según el diccionario español, el término acólito nos dice que es una “persona que acompaña o sigue a otra y depende de ella”. Que definición más exacta y más profunda esta. Exacta porque nos define que el acólito acompaña, ya que esa es su función primigenia en los comienzos de las procesiones, y profunda porque el acólito aparte de hacer compañía, sigue a esa imagen al cual acompañan. La devoción vertebra la esencia de esta función que es, con respecto a la imagen, seguirla, acompañarla y no dejarla.

El acólito aparte de conllevar un florido artificio de esteticismo, es el que acompaña con su luz como si esa llama fuera su alma, siempre encendida hacia la imagen que sigue, siempre acompañante, dando luz a la oscuridad, dando compañía a la soledad, con afán de servidumbre y devoción.

Mucho han cambiado las cosas desde sus inicios cuando el acólito carecía de pertiguero -sólo utilizado en los grandes pontificales y en los palacios reales- y no ofrecía una función estética sino de simple y pura servidumbre y compañía, cuando las cuatro luces, portadas por los ciriales, hacían de candelabros en las cuatro esquinas de las andas procesionales. Hoy en día la función del acólito se ha relegado a una utilidad simbólica, muy costumbrista y popular que hay que atesorar y no olvidar jamás, pues llena de romanticismo esta fiesta primaveral.

Otro gran paso evolutivo del fenómeno del acólito es la llagada de hermanos jóvenes al cuerpo de acólitos en detrimento de los acólitos instituidos que eran pagados. El siglo XX ha cambiado mucho el paisaje pasionista y las directrices de la semana grande que ya venían de un siglo atrás, renovándose a marchas forzadas y a velocidades terribles. El siglo XXI nos depara nuevos cambios pues la mujer acólita está mínimamente insertada en el mundo de las cofradías y poco a poco emerge del ostracismo. El tiempo, que avanza inexorablemente, hace cambiar costumbres, tradiciones y opiniones.

La juventud de las hermandades es la cantera que surte de gente en esta función tan peculiar del acólito. Aparecieron los turiferarios, los crucíferos y el pertiguero, que ponía orden a la disposición de éstos junto a los ciriales, que cambiaron su posición con la llegada de las candelerías. El turiferario, como una especie de muñidor, entona de olores con su incensario la venida de Jesucristo y su Bendita Madre. Los ceroferarios hacen de guía al espectador para que no extravíen las miradas en la venida del misterio de la Pasión haciendo tensa su espera progresivamente en la visión de cada fila de ciriales en avance sincronizado.

El crucífero o cruciferario representa el ecuador que todo lo parte, el que separa el alfa y el omega de toda la cofradía. El portador de la cruz parroquial representa el mástil del barco que transcurre por las angostas calles. El pertiguero ordena y ellos obedecen, es el responsable de la imagen y seriedad de sus congéneres.

Rito peculiar el de los acólitos, que hacen de esta Semana Santa algo especial, poniendo su granito de arena en el desierto que son las muchas cofradías que transcurren por toda la ciudad ayudando en la magnificencia de esa sacrosanta fiesta. Por todo esto y más, merece ser un concepto fundamental.

Javier Ramos Sáez.

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