jueves, 8 de marzo de 2012

PERVIVENCIA Y RENOVACIÓN DE NUESTRAS HERMANDADES Y COFRADÍAS


Urbano Alonso del Campo

Pedro Castón ha escrito con suficien­te y rigurosa docu­mentación que las Hermandades y Co­fradías de Semana Santa son, junto con las Órdenes religiosas, las asociaciones de la iglesia que más continuidad histó­rica han mantenido. La perma­nencia en la historia de estas Her­mandades en toda Andalucía no es debido al azar, sino muy proba­blemente, porque han respondido y responden a exigencias religio­sas y culturales muy profundas. Son las asociaciones más numero­sas y con más miembros de la Iglesia en Andalucía.

Su origen religioso está fuera de duda, íntimamente relacionado con una cultura que ofrece el mar­co geográfico y las vivencias se­culares a través de las cuales este pueblo expresa su fe. Ha sido la­mentable que las frecuentes in­comprensiones del clero con ellas y de ellas con el clero hayan restado energías a una colaboración eficaz en orden a la práctica de la caridad y a la misión evangelizadora en nuestra sociedad.

Las Cofradías han contribuido al florecimiento de la vida cristia­na y a las obras de misericordia. Los Obispos de Andalucía (cfr. «Hermandades y Cofradías», Ma­drid, 1988) hacen esta explícita afirmación: «Estas asociaciones han aportado un importante cau­dal a la vida espiritual de nuestro pueblo». Reconocen igualmente, en este mismo documento, que la práctica de la caridad cristiana ha sido uno de los valores evangéli­cos más vividos por estas asocia­ciones. A través de los numerosos y variados actos culturales han promovido el culto de las sagradas imágenes; han profesado y propa­gado la devoción a los misterios de la Pasión y Muerte del Señor y a la Virgen, su Madre, en sus misterios de dolor y gozo resucitado.  Han llenado de arte religioso muchos templos y catedrales católicas, y han transformado en cultura el sen­tir y el vivir de nuestro pueblo.

Es cierto que a estos incuestio­nables valores han podido adhe­rirse -se han adherido de hecho, en no pocas ocasiones- elementos extraños que deben ser purifica­dos por no estar en consonancia con las exigencias evangélicas que deben derivarse del culto a los misterios de nuestra fe.

En otras ocasiones hemos ha­blado de la riqueza que encierra la religiosidad andaluza y, al mismo tiempo, de la necesaria purifica­ción en sus cultos y desfiles proce­sionales, para que esas ricas mani­festaciones de la fe popular sean la expresión de un cristianismo adul­to y responsable, y que sin perder lo más valioso de sus tradiciones e ideosincracia, se conviertan en testimonio de vida evangélica, personal y comunitaria. Tradición y renovación son los dos polos de referencia obligada en nuestras Hermandades y Cofradías si que­remos que mantengan la savia vivificante que dio origen y perma­nencia a su razón de ser.
 
Los desfiles procesionales no deben convertirse en un espectá­culo estético o folklórico, sino que deben constituir el cauce natural para un rico y dilatado cauce devocional e histórico del que so­mos herederos y con el que esta­mos comprometidos como sus mantenedores para el futuro.

Las Hermandades, a pesar de su antigüedad, no pueden ser bellas piezas arqueológicas cuidadosa­mente guardadas. Y las de más reciente levantamiento no pueden con­vertirse en vertiginosos y narcisistas intentos de competitiva supera­ción en lo escénico y esplendoroso. Las Hermandades deben ser aso­ciaciones de cristianos vivos en la fe y comprometidos con la justicia y la fraternidad entre los hombres. Tienen que alimentar la vida espi­ritual de sus miembros, y seguir dando testimonio de fe, de caridad y de solidaridad, colaborando en la obra evangelizadora de la Iglesia.


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